Salta: misión humanitaria
Cómo es la incansable tarea humanitaria que realiza Cruz Roja Argentina con las comunidades originarias en Salta. Llegaron a principios de marzo y armaron un campamento de asistencia tras las muertes de niños por desnutrición. Más de 400 voluntarios pasaron por allí y una decena sigue trabajando sin fecha de retorno. La importancia del agua en una comunidad golpeada por enfermedades, hambre y sequías.
Allí murieron ocho niños por desnutrición. Allí hay más de 30 menores internados por su bajo pésimo y mala alimentación. Allí azota otra pandemia, además de la del coronavirus: la del hambre y la falta de agua.
Desde el campamento base ubicado en Misión Grande, una comunidad wichí en Salta, Abel Martínez (36), director nacional de Respuesta a Emergencias y Desastres de Cruz Roja Argentina, hizo un parate en su labor cotidiana para responder al llamado de Infobae y contar sobre los cinco meses de labor humanitaria en una de las zona en las que el 29 de enero el gobierno provincial declaró la emergencia sociosanitaria tras los diagnósticos y las muertes.
Después de esos fallecimientos, el Observatorio Humanitario de Cruz Roja Argentina hizo un estudio de campo cuyos resultados fueron alarmantes: el 90% de la población relevada estaba en una situación nutricional por debajo de lo normal y el 45% tenía “muy bajo peso” (según escala IMC).
No se podía esperar, ante la crítica realidad había que actuar. Así, más de 400 voluntarios se movilizaron hacia el campamento base montado para el personal humanitario con el objetivo de asistir a las comunidades. Allí instalaron una planta que tiene la capacidad de potabilizar hasta 60.000 litros de agua diarios que llegan a 4 mil personas. La llegada del agua era el objetivo para una zona naturalmente seca y que desde en los últimos cinco meses casi no vio llover.
Las tareas ya cumplieron su primera etapa y en agosto iniciará la segunda. Sobre qué hicieron en estos meses y cómo seguirá la labor humanitaria, habló Abel Martínez, director nacional de Respuesta a Emergencias y Desastres. Él llegó al organismo hace 13 años, interesado en tomar cursos de primeros auxilios y, al descubrió el mundo que había detrás, se apasionó y hoy dedica su vida a la ayuda humanitaria.
“Entre las tareas realizadas en la primera etapa entregamos 1.000 filtros de agua familiares, 14 comunitarios en escuelas, centros salud, y hospitales; distribuimos más de 4.000 polvos potabilizadores de agua, brindamos asistencia médica a más de 600 habitantes y otros 1.000 recibieron apoyo psicosocial”, resume sobre la labor realizada en Misión Grande, la comunidad cercana a la localidad Santa María, una zona salteña siempre afectada por la sequía, el dengue y hasta el chagas.
Mientras Martínez habla, en segundo plano, se escucha cantar un gallo y una radio de comunicación no dejará de sonar durante los 35 minutos en los que dialogará con Infobae. Entusiasmado hablará sobre el primer campamento humanitario de Cruz Roja Argentina en el interior de una comunidad y de los desafíos en medio de la pandemia en tierras que imploran por un poco de agua fresca.
—¿Cuál es la misión que están realizando en el interior de las comunidades de Salta?
—Llegamos a principios de marzo y armamos este campamento humanitario, el primero en la historia de Cruz Roja Argentina, para responder a la emergencia socio-sanitaria a raíz del fallecimiento de ocho niños de la comunidades wichí. Entonces, nos reunimos con el gobierno de la provincia y con varias agencias de ayuda humanitaria diseñamos distintos planes de acción dentro de la competencia de cada asociación.
—¿Qué plan propusieron?
—Cruz Roja propuso un trabajo relacionado con el agua segura ya que es una de las problemáticas que advertimos al momento de realizar una evaluación conjunta con la ONU y Unión Europea en el terreno. Descubrimos que las grandes problemáticas estaban vinculadas a la falta de acceso al agua y a la falta de tratamiento domiciliario de ésta, dado que había muchos casos de diarrea y otras patologías relacionadas con el agua. Por ello, a nuestro plan de acción le sumamos una planta potabilizadora y también trabajamos con las comunidades dando talleres de alimentación saludable, repartimos filtros de agua familiares y comunitarios para que puedan tratar y potabilizar el agua que tienen y además los acompañamos desde la asistencia sanitarias.
—¿Cómo era el estado del agua cuando llegaron?
—El agua que había era escasa porque la emergencia socio-sanitaria se debe un período normal y prolongado de sequía. Esta zona suele ser golpeada por la sequía, que normalmente dura tres meses, pero se extendió a cinco o seis meses. De hecho, desde que estamos aquí llovió seis veces y el agua es escasa. A eso se sumó que faltaban pozos para la toma de agua. En este contexto hubo otro desafío: estas comunidades, mayormente wichís, son nómadas y se alimentan de la pesca por lo que van cambiando de lugar. Eso representa un gran desafío porque si bien puede hacerse una toma de agua donde ésta sea relativamente aceptable el hecho de que cambien de lugar es complejo para tener una respuesta a largo plazo. Otra de las cuestiones es que aunque muchos de los habitantes sí accedían a fuentes de agua o pozos ésta tenía un sabor amargo tan fuerte que los animales tampoco tomaban. El objetivo, entonces, fue mejorar el estado del agua donde había pozos.
—En febrero el gobierno de Salta declaró la emergencia socio-sanitaria por la muerte de ocho niños a causa de la desnutrición. ¿Cuál era la situación nutricional al momento de su llegada, a principios de marzo?
—¡Alarmante! De los relevamientos que hicimos tomamos un muestreo del 5 % de la comunidad, enfocado en niños, pero también de adultos. De acuerdo a la tabla IMC de talla y peso estaban muy bajos de peso. A ese resultado le sumamos preguntas sobre la salud en general y supimos que casi todos habían tenido en el ultimo mes problemas relacionados con diarreas, que en la última semana hubo días en que no habían comido todas las comidas e incluso que en la última semana llegaron estar un día entero sin comer.
—En estos cinco meses de trabajo en el campamento dieron asistencia médica, buscaron soluciones para potabilizar el agua y trabajaron para revertir esos casos nutricionales alarmantes. ¿Qué progresos han notado?
—Hemos notado una mejoría en la gente desde que empezamos a trabajar en la alimentación saludable, así como desde lo sanitario con el lavado de manos y la utilización de los filtros de agua. Desde enfermería llevamos un registro sobre casos relacionados con diarreas, síntomas o patologías relacionadas con el uso o consumo de agua y han disminuido mucho. Al inicio de esta etapa había entre 45 y 50 atenciones diarias con un sinfín de problemáticas relacionadas a la salud y hoy atendemos a 7 personas por día, a veces hasta menos. Disminuyeron los cuadros de deshidratación, diarrea y gastroenteritis, patologías relacionadas directamente con el agua. Por eso, estamos convencidos de que el trabajo ha rendido buenos frutos al punto de que hemos podido revertir los casos de muchos niños y adultos que se acercaron con cuadros severos de deshidratación. Respecto a la alimentación, trabajamos en lo que es la formación, concientización y sensibilización con todas las comunidades (son más de 40) y hoy hacemos controles antropométricos y vemos una leve mejoría en ellos.
—La situación era compleja cuando llegaron y en medio de esas tareas los sorprendió el COVID-19. ¿Qué cambios debieron hacer sobre la marcha a causa de la pandemia?
—Debimos tomar varias decisiones cuando surgió la pandemia y el aislamiento. Tuvimos que re diseñar nuestro plan de acción porque teníamos pensado dar talleres que agrupaban a muchas personas y hubo que ponerlos en pausa. También tuvimos que tomar nuevas medidas como reforzar los espacios en común y tuvimos mucha dificultad para encontrar el lugar donde hacer los talleres porque los pactados, como escuelas y edificios municipales, estaban cerrados. Nos llevó un poco de tiempo, pero lo pudimos sortear y se pudo distribuir toda la ayuda humanitaria junto a los voluntarios que estuvieron de manera rotativa por dos semanas. Fueron muy importantes en esta tarea ya que pese a todo el panorama del covid, irnos nunca fue una opción.
—Cuáles eran las fechas estipuladas para este proyecto y hasta cuándo se quedarán.
—La primera etapa debía concluir el 31 de mayo, pero por la pandemia y la demora en la llegada de la ayuda, la extendimos hasta el 31 de julio. Ese día concluirá la primera etapa en la cual distribuimos toda la ayuda humanitaria, la parte de formación y sensibilización.
—¿Cómo será la segunda etapa?
—La vamos a iniciar en agosto y no tiene fecha estipulada de finalización. Vamos a quedarnos lo más que podamos para seguir trabajando y fortaleciendo las estrategias. Esta segunda etapa estará centrada estrictamente en el trabajo con la distribución del agua a través de la planta potabilizadora, el tratamiento domiciliario y el acceso a la salud.
—¿Qué les hará decir “¡misión cumplida!”?
—Lo que buscamos y venimos a terminar es un gran relevamiento que tiene que ver con la propuesta de mediano y largo plazo para poder traer soluciones inmediatas y poder generar un cambio en la salud de la comunidad. Hoy trabajamos para hacer un trabajo con la red de agua local, para ver de qué manera podemos aprovechar las fuentes de agua existentes que sean aptas para consumo y poder ofrecer una opción duradera en una red de tendido. Esa es uno de los grandes objetivos en lo que estamos trabajando y que se está tratando con el Gobierno provincial.
—En estos cinco meses de trabajo en el campamento lograron unirse a las comunidades ¿qué respuestas recibieron por parte de ellas?
—Están muy contentas y conformes con el trabajo que venimos haciendo. Muchas veces han venido a pedirnos que no nos vayamos. Tenemos una muy buena relación con ellas, de hecho, la semana pasada vinieron ofrecernos una casa… Nos dijeron que nos construirían en una casa si queríamos quedarnos… Eso para mí fue maravilloso por la aceptación que significa. La gente está muy agradecida y lo demuestra cada vez que salimos a terreno a distribuir agua, hablar con ellos o a dar un taller. Personalmente, me da mucha satisfacción saber que este trabajo esté teniendo efecto en la zona y me da alegría saber que estamos en el camino correcto.
—¿Qué es lo más te conmueve y moviliza de esta acción humanitaria?
—Lo que me conmueve es el agradecimiento y la gratitud de la gente de esta comunidad porque muchas no tienen casas, viven en lo que nosotros podemos llamar chozas y en una situación muy precaria, y que aún así extiendan ese tipo de gratitud a alguien externo al punto de ofrecernos una casa… es simplemente increíble. Nosotros nos sentimos parte de la comunidad, y sentirnos aceptados es maravilloso y una de las cosas que más me conmueve. También me conmueve ver los resultados tangibles, ver que la salud de la gente va mejorando y que, si bien falta muchísimo por hacer, saber que uno vino y pudo hacer algo para que estén mejor. Y que también podemos hacer visible una situación que es muy compleja porque muchas de estas personas no tienen voz..
Desde marzo, más de 30 comunidades recibieron talleres de Primeros Auxilios, de prevención y cuidado de la salud en relación a COVID-19, otros sobre enfermedades vectoriales y también sobre Agua Segura, a través de visitas realizadas siguiendo todos los protocolos de seguridad. En ese contexto, las familias recibieron 4.800 jerricans -recipientes plegables y herméticos utilizados para contener, transportar y almacenar de manera segura agua limpia- de 10 litros y 872 kits de higiene personal para contribuir a la reducción de enfermedades.
La segunda etapa del plan de acción continuará en agosto y Cruz Roja Argentina tiene previsto comenzar una nueva etapa de recuperación que tendrá su eje en la distribución y tratamiento domiciliario del agua.
Por Fernanda Jara
Fuente: Infobae