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Vivir en la calle: Con qué sueñan las personas que no tienen ni una cama donde pasar la noche

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Paula Soler

  

La mujer que abraza a un cachorro, vende pañuelos descartables y duerme en el hall de un cajero de un banco es también la madre adolescente que su pareja golpeó tres días seguidos. El hombre gigante, sentado sobre un cartón en una esquina oscura de una avenida porteña es el hijo adulto que ahora llora la muerte de su papá. El tipo manco que pide monedas en Aeroparque es el niño que vio el momento exacto en el que su mamá se moría. El último censo oficial dice que en la ciudad de Buenos Aires hay 3.560 personas que pasan la noche en una plaza, bajo un puente, sobre una vereda. Es un 8% más que el año pasado. ¿Por qué están ahí? ¿Qué o a quiénes perdieron? ¿Con qué sueñan? “Mamá, no te hagas problema por mí porque estoy bien”, dice a cámara un joven que pasa las noches en plaza Miserere, como acariciando a esa madre a la que promete comprarle una casa cuando sea un cantante exitoso. “Lo que más quiero es llegar a fin de año mejor y tirar una cañita voladora junto a mi hijo, como lo hacíamos antes”, dice un treintañero que duerme cerca del Obelisco y cada semana lleva su ropa a un lavadero para “tener buena presencia” si le sale un trabajo. “No es tarde para volver a empezar”, lanza un hombre de 38 que duerme en Aeroparque y el fotógrafo que lo retrata asiente. Oscar, que busca el mejor ángulo, estuvo en ese lugar: la calle. También Henry y Guillermo, los otros dos encargados de la producción fotográfica de esta nota. Junto a ellos, LA NACIÓN recorrió varios barrios porteños para capturar qué se siente vivir en la calle y qué sentimientos los invaden este invierno.

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“Soy peluquero y le corto el pelo a quienes no pueden pagar un corte”

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“Me gustaría cuidar animales en el campo y trabajar en una cosecha”

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“Voy a estudiar para ser colega de las personas que hoy me ayudan”

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“Lavo mi ropa en un lavadero para estar bien si me sale un trabajo”

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“A los más jóvenes les hablo y les digo que sí pueden salir de la calle”

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“Mamá, no te hagas problema por mí porque me estoy arreglando bien”

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“Mi hermano murió y yo quiero viajar a Marbella para conocer a su hijo”

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“No es tarde para volver a empezar y conocer a mis nietos”

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“Deseo que los niños no tengan nunca que salir a manguear”

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“Soy peluquero y le corto el pelo a quienes no pueden pagar un corte”

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Sebastián Burgos tiene 41 años, es de Concordia, Entre Ríos, y está en la calle desde hace 18 años de manera intermitente. Suele dormir en una plaza de Puerto Madero.

-¿Por qué estás en la calle? -A los 17 años me vine a Buenos Aires desde Concordia. Me vine solo, a probar suerte, a trabajar. Ahí dejé a mis padres y mis dos hermanos. Los primeros años me fue muy bien, trabajaba en Coto, en blanco, y alquilaba. Mi vida era dichosa. Después me quedé sin trabajo y empecé con laburos en negro. Me fui a la Villa 31 porque era más barato. Ahí tuve una casa propia, pero mi madrina, que era como una segunda mamá, se enfermó de cáncer y viajé a Concordia para cuidarla en el hospital. Estuve 8 meses hasta que volví y me habían usurpado la casa, porque ahí estás sin papeles. Entonces me quedé en la calle. -¿Dónde dormiste el primer día y cómo te sentiste? -Fue un fin de año, en Navidad. La pasé solo sentado en la plaza del Obelisco. Miraba para arriba, hacia los edificios y veía que todos festejaban. Las Fiestas las solía pasar con mi familia, alrededor de una mesa. Fue el peor día, tenía una tristeza… Después se me pasó porque en una hora se llenó de gente. Pero a las 11 de la noche, estar solo, no conocer a nadie… Estaba asustado. No tenía a nadie a quien decirle “feliz Navidad”. -¿A qué le tenés miedo estando en la calle? -A que Espacio Público me saque las cosas. No es justo. -¿Tenés amigos? -Tengo a los muchachos, que son mi familia. Somos tres que paramos juntos. -¿Cómo estás de ánimo ahora? -Estoy en la lucha porque dejé el consumo. La voy sobrellevando bien, hago hospital de día en la Sedronar, en la sede de la calle Sarmiento. Ahí me dan contención. Tengo psicólogos y les cuento los días que llevo sin consumir y mi historia de vida. Voy limpiando por dentro todos los años de consumo que tengo. Me siento otra persona porque cuando consumís el día se va rápido. Ahora tengo más tiempo para pensar y trato de buscar lo mejor para mí. -¿Cuál es tu sueño? -Mi sueño sería ver a mi mamá feliz en sus últimos años y ver crecer bien a mi hijo, que ya tiene 20 años y vive con la mamá. Juega al fútbol. Quiero lo mejor para ellos, con eso me conformo. -¿Cómo es un día tuyo? -Me levanto a la mañana, encuentro a los muchachos, preparo el mate y ellos van a buscar a la panadería algo para desayunar. Después esperamos a ir al comedor a buscar una vianda. A la tarde repartimos comida con Juan Car y Red Solidaria en Plaza de Mayo. Además, como soy peluquero, le corto el pelo a quien quiera y no pueda pagar un corte. Hice el curso hace 15 años, en Constitución. Yo aprendí a aceptar ayuda y ahora quiero poner mi granito de arena. Termino a eso de las 21 o 22 y me vuelvo. A la noche me voy a dormir a Puerto Madero. Es más tranquilo, me gusta la naturaleza. -¿Cómo te la rebuscás para vivir? -Como hace poco me regalaron la máquina inalámbrica, los sábados voy a cortar el pelo a Martínez y los viernes voy a una parroquia. Ahora me enganché en un lugar en Flores. También hago changas de lo que salga. Con la bici hacía entregas para Pedidos Ya, pero me robaron el celular en un parador. Es difícil tener un trabajo en la calle porque no tenés casa. Dejás el CV pero tenés que dejar un celular. -¿Qué extrañás de cuando vivías en una casa? -Extraño a mi mamá. A mi vieja le hice pasar muchos momentos malos. Ella sigue bancándome, sabe que estoy en esta situación y que siempre trato de salir adelante. Cuando puedo le mando fotos de algún trabajo. Desde que estoy en la calle, yo nunca volví, pero quiero que esté bien y disfrute de su vida porque se lo merece. Se llama Amelia. -¿Alguna vez fuiste a un refugio o parador? -Estoy enojado con el sistema de paradores, la última vez que fui me robaron el celular. Me servía para trabajar con la bici. Yo estaba intentando juntar plata y alquilar algo. También hablaba con mi familia. Hace poco me enteré de que murió mi papá y no puedo hablar con ellos. Es muy triste. Falta seguridad en esos lugares y hay muchos pibes que están mal, se pelean, te confrontan. -¿Cómo pasaste tu último cumpleaños? -Mi cumpleaños lo pasé en la puerta del Ministerio de Economía. La gente de Red Solidaria me hizo una tortita. Hacía 33 años que no me cantaban el feliz cumpleaños y encima fue mucha gente. Extrañé a mi familia más que a nadie, me acordé de cuando era chico, que me lo cantaban y sentí una sensación rara. Ese día me regalaron la máquina inalámbrica para cortar pelo.

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“Quiero ver feliz a mi mamá y que mi hijo crezca bien”

Cómo ayudar a Sebastián Red Solidaria está en contacto con él y se lo puede ayudar a través de la organización, que tiene un WhatsApp para atender consultas 15-4915-9470.

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“Me gustaría cuidar animales en el campo y trabajar en una cosecha”

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Fabián Escalante tiene 38 años, es de San Miguel, provincia de Buenos Aires, y está en la calle desde el año pasado. Duerme en una esquina del barrio de Palermo, cerca de plaza Serrano.

-¿Qué cosas te marcaron en la vida? -Yo vivía en San Miguel, tenía a mi familia, a mi papá, a mi mamá. Primero falleció mi mamá. Tenía cáncer. La cuidé hasta cuando pude porque yo trabajaba. Un día me dijo que no estaba tomando los remedios porque eran muy amargos. Abro el ropero y estaban todos ahí. Le dije al doctor y la llevamos al hospital. Decayó y no aguantó. Pudo salvarse si tomaba los remedios. Ahí empezó toda mi problemática de consumo de cocaína y alcohol. Después mi viejo empezó con problemas de edad. Yo vivía con él para cuidarlo, yo alquilaba porque vendí mi casa por un auto, hice mal negocio, me estafaron. Somos siete hermanos y ellos me dieron la espalda. -¿Cómo terminaste en la calle? -Vine a buscar laburo en Plaza Serrano y me contrataron como ayudante de albañil. En esa época vivía en el parador de Guaraní, en Pompeya. Le pregunté a mi jefe si me podía quedar en el furgón, de sereno. Me dio las llaves y confió en mí. Yo me encerraba y cuidaba las herramientas. A las 6 venían los trabajadores y yo abría la obra. Tenía que ser responsable y bajé el consumo de alcohol. Se terminó la obra y me dijeron que me iban a llamar, pero no me llamaron. Después, por San Miguel, empecé a juntar lavarropas viejos, para vender el aluminio y el cobre, hasta que no pude alquilar más y me quedé en la calle. Ahora prefiero estar acá en Capital porque consigo más changas que en provincia. -¿Cómo te sentiste la primera noche? -La primera vez temblaba como una hoja. Estaba por Darragueira y Paraguay, creo. Pasó un vecino de ahí y me dijo: “Podés dormir acá a la vueltita, en una iglesia china”. Yo no sabía cómo era la calle. Me quedé dormido y pasaron las pirañas. Medio dormido, veía las manitos que me sacaban las zapatillas, la ropa. No se puede tener nada en la calle, te roban todo. Por eso la mochila se usa de almohada.

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“Lo más valioso que tengo es mi documento, mi identidad”

-¿Tenés amigos? -Tengo conocidos, no amigos. Me gusta andar solo, en la plaza si pasa un amigo, charlamos un rato, pero ando solo. -¿Cómo es un día tuyo? -A la mañana me voy a la parroquia Nuestra Señora de Loreto, donde sirven el desayuno. Hay una mesa para tomar café, mate cocido. Eso los martes, jueves y viernes. De ahí me vengo a la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe y cocinamos, lavamos los platos, hacemos limpieza, preparamos pan. Aprendo mucho, tenemos talleres de cerámica, jugamos al fútbol. Es como una escuela. Estamos desde las 8 hasta las 3 de la tarde. Eso es lo que más me gusta del día. Más tarde ya me vengo para acá, tengo que buscar el cartón, acomodar la cama y acostarme porque a esta hora hace frío. Los Amigos en el Camino pasan a darnos comida, si no los veo me voy a dormir. -¿Qué extrañás de cuando vivías en una casa? -Extraño la tele, dormir en una cama, estar tapado, la estufa. Y extraño a mis viejos más que nada. -¿Cómo fue tu experiencia en un parador? -Fui al de Guaraní, en Pompeya, pero desaparece la ropa, tus cosas, las frazadas. No me gustan. -¿Cuál es tu sueño? -Mi sueño es trabajar y comprarme una casa o un terrenito en provincia. O irme a Corrientes, donde tengo familia. Cuidar animales, trabajar en una cosecha. Pero para trabajar necesito un celular, porque te dicen ´traeme un curriculum´, pero si no tenés celular para que te contacten estás caído del sistema, no sos nada. Sos un NN que anda caminando.

“Me gustaría tener una casa, un terrenito o ir a Corrientes a trabajar la tierra”

Cómo ayudar a Fabián Se lo puede contactar a través de la parroquia Nuestra Señora de Guadalupe. Queda en Lucio Norberto Mansilla 3847, Palermo.

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“Voy a estudiar para ser colega de las personas que hoy me ayudan”

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Cecilia Verón tiene 30 años y es de Misiones. Está en situación de calle desde hace 10 años y ahora duerme en una esquina de Recoleta.

-¿Por qué estás en la calle? -Soy de Misiones, de Apóstoles. Fui a una escuela contable y quería estudiar Ciencias Económicas. A los 18 me enamoré de un chico y me escapé con él a Buenos Aires para estudiar. Pero nunca estudié. Era chica y pensaba que la vida era color de rosa. Él no trabajaba, me golpeaba, era muy mala persona y por seguirlo, me metí en las drogas. Vivíamos en la Villa 31, yo trabajaba y bancaba todos los gastos. Cuando quise salir de ahí y del consumo, estaba embarazada. Cuando mi hija tenía 18 días, hacía tres que él me golpeaba sin parar, entonces decidí irme porque me iba a matar. Me quise llevar a mi bebé, pero no pude porque físicamente no me dejó. No voy a contar detalles, porque fue muy feo. Ese día empecé a estar en la calle. -¿Cómo te sentiste el primer día? -Las primeras cuatro noches no las recuerdo porque consumí mucho. Me drogaba para anestesiar todo el dolor que sentía. La primera noche que tuve noción, sentí mucho frío. Se venía una tormenta y había mucho viento. Estaba en la terminal de ómnibus de Retiro y tenía hambre. Un chico que pedía monedas me dijo: “Morocha, ¿vamos a pedir en la caja?”. Le dije que yo no sabía pedir y me explicó. Cuando la gente iba a pagar el pasaje, él decía: “Una ayudita, por favor”. Después otro chico me dio una sábana para dormir. Así fue como aprendí a sobrevivir.

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Cecilia dice que su perro Alexis la ayudó a salir del consumo

-¿Qué cosas llevás con vos? -Lo más importante es mi perro Alexis Emanuel y un cartel de búsqueda de mi perrita Shakira. En la pandemia había dejado de consumir y el día que la perdí se la había dado a alguien que me dijo que iba a traérmela de vuelta a la iglesia donde estaba parando. Ese era el lugar de encuentro, pero no volvió nunca y yo volví a consumir. En esa pérdida, veía la pérdida de mi hija. Estuve muy mal hasta que los vecinos me regalaron a Alexis Emanuel, pero la sigo buscando. -¿Cómo estás de ánimo ahora? -Me siento muy acompañada. Tengo un equipo de contención muy amplio en la iglesia Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, una psicóloga y asistentes sociales que me ayudan a estar lejos del consumo. -¿Cómo es un día tuyo? -Los lunes me levanto a las 8 de la mañana y vengo a la Iglesia con mi cachorro. Me pongo el delantal y hacemos pan para que coman las personas que vienen a la iglesia el sábado, la mayoría compañeros de la calle. Después de eso tengo una pequeña reunión donde charlamos. Los martes, miércoles y viernes tengo escuela para adultos porque debo cuatro materias de la secundaria. Los miércoles voy a un grupo de terapia con amigas psicólogas y los jueves tengo otro dispositivo, a las 5 de la tarde, que es para mujeres. -¿Cómo te la rebuscás para vivir? -Vendo pañuelitos descartables y hago changas: ayudo a las vecinas con los perritos o vendo en la feria las antigüedades o ropa que me regalan. -¿Qué extrañás de cuando vivías en una casa? -La protección de vivir en una casa y a mi viejito. Cuando yo ya estaba en calle, un día lo llamé y me dijo: “Hijita, no me importa lo que vos hiciste y lo que estás haciendo, yo a vos te amo”. A veces, lo único que me motiva es el cumpleaños de mi papá. Él vive con mi segundo nene, hermano de la nena, se llevan un año. Lo tuve solo tres días. Yo estaba aún en el consumo. Sé que mi hijo está bien y es feliz. -¿Cuál es tu sueño? -Terminar las cuatro materias que debo del secundario. Porque mi sueño es estudiar Trabajo Social, ser colega de quienes me ayudan. Quiero ayudar a las personas que hoy represento y que están en situación de calle. -¿Fuiste alguna vez a un parador? -No, porque no se me presentó la oportunidad. Como me aferro a lo único que tengo en el mundo, que es mi cachorro, no podría ir con él. Tiene siete meses y hace siete meses que estoy sin consumo gracias a él. -¿Alguna anécdota de la calle te marcó? -Me sorprendió un señor que vive en la calle y es alcohólico. Nos dejó en tránsito un perrito porque no lo podía cuidar más. Cuando lo llevé a la veterinaria, una vecina me dijo: “Qué suerte que lo tenés vos, porque antes lo tenía un borracho”. Entonces el veterinario la frenó y le dijo: “Ese borracho, venía y pagaba de su bolsillo 25 mil pesos por cada vacuna que le dimos”. Ese hombre, que toma hasta alcohol etílico, cada peso que juntaba mendigando lo usaba para pagar las vacunas al cachorro.

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“Quiero terminar la secundaria y estudiar trabajo social”

Cómo ayudar a Cecilia A través del comedor El Peregrino, que funciona en la Iglesia Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, en Montevideo 1372, Recoleta. Se pueden contactar con su referente, la hermana Alejandra al 11-6243-9863.

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“Lavo mi ropa en un lavadero para estar bien si me sale un trabajo”

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Ariel Fernández tiene 31 años, es de Junín, provincia de Buenos Aires, y hace un año que está en la calle. Duerme en la zona del Obelisco.

-¿Por qué estás en la calle? -Me vine de Junín el invierno pasado. Hacía mucho frío. Yo tenía una familia y hacía 12 años estaba juntado. Tengo un hijo. Pero caí en el consumo durante la pandemia, cuando perdí mi empleo. Trabajaba en un laboratorio de esterilización. Entré en el sector de mantenimiento, hice un curso de administración y me pusieron en la mesa de entrada. Llegué al puesto que uno espera, con su sillón y escritorio. En la pandemia el laboratorio quebró y me quedé sin laburo. Ahí conocí la perdición. Quedar sin trabajo es lo peor que me pasó. -¿Tenés hermanos? -Somos nueve hermanos, todos estudiamos. Los más grandes ya tienen su familia y trabajan. Le estaba dando un mal ejemplo a mi familia cuando caí en el consumo. Había dejado de quererme a mí mismo, estaba mal vestido. Los estaba lastimando y me tenía que alejar para pensar en qué hacer de mi vida. Después de una discusión familiar, agarré la mochila, me fui a la ruta, hice dedo y el auto que me levantó me trajo a Capital. -¿Dónde dormiste el primer día? -Esta es la selva de cemento. Apenas llegué, vi unos pibes fumando en una esquina. Yo soy de un pueblo y tuve mucho miedo. Empecé a tocar timbre para preguntar dónde podía dormir estando en la calle y me dijeron de un galpón cerca del Parque de la Ciudad. Caigo en ese dispositivo y me dicen que yo era el 478. Imagínese lo que era eso ahí adentro. Era como un penal a puertas abiertas y yo decía: “¿Dónde estoy?”. Sentí terror. Después vino la primera noche en la calle y también tuve miedo. Dormí en la vereda, frente a la parroquia del Socorro, sin cartón, sin nada. Yo era una persona que consideraba que estaba bien, pero pensaba mal. Después te vas adaptando a la calle, te vas sintiendo más seguro. Mi familia se quería comunicar conmigo para saber si había llegado bien, pero yo estuve como tres meses sin mandarles mensajes. Un día me contactó la policía por una búsqueda de paradero. Me buscaba mi familia y me negué a volver. -¿Tenés amigos? Ahora son mis hermanos, Emanuel y Matías. Ellos me incentivaron a estar mejor. También me enseñaron a pedir porque yo no estaba acostumbrado. Ahora si te barro la vereda es por un vaso de café.

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“En mi riñonera guardo los contactos de mi familia, mi psicóloga y mi abogado”

-¿Cómo estás de ánimo? -Hoy estoy positivo y motivado. Quiero salir adelante. Y no lo quiero hacer solo, quiero que sea con mis amigos. Un día tuve una sobredosis y casi me muero. Pedí ayuda en el Hogar de Cristo y en Esclavas del Sagrado Corazón. Ahí me escuchan, me ayudan a dejar el consumo, tengo psicólogas en cada dispositivo. Voy a cuatro. Gracias a eso consumo un 80% menos que antes. Desde que me levanto hasta las 12 no consumo. A veces viene el bajón a la noche. Pero soy muy pasivo si consumo, me quedo quieto y la noche pasa más rápido. A veces uso la plata para consumo, no te voy a mentir, pero casi siempre para comer y lavar la ropa en un lavadero. No parece que dormimos en la calle. Nos queremos ver bien. Así esperamos encontrar mejores trabajos. -¿Cómo es un día tuyo? -Me levanto temprano, me voy a Socorro [Basílica de Nuestra Señora del Socorro], nos lavamos la cara, nos invitan a tomar una taza de café, comer bizcochitos. De ahí me voy a la villa 31, al Hogar de Cristo. Miramos un rato la tele y compartimos una charla con los chicos. Después nos vamos a trabajar a Aeroparque, donde estacionamos autos. Es el mejor momento del día cuando estoy trabajando, porque uno interactúa con la gente y se olvida de la realidad, de lo que vas a hacer después. Siempre estoy en búsqueda de un buen trabajo. Puedo cortar el pasto, lo que quieran. -¿Cómo te preparás para la noche? -Comemos en Retiro, que están baratos los platos. Ahí está toda la droga también. Si alquilás una pieza en la Villa 31 o te vas a un parador conseguís la droga más rápido. Por eso preferimos dormir en la calle, en plena 9 de Julio, lejos de todo eso. -¿Qué extrañás de vivir en una casa? -Todo. Mi familia. Tiré a la basura 12 años de relación con mi expareja porque preferí la droga. Es una buena piba que hoy está criando a mi hijo sin pedir nada a cambio. Tenemos la mejor relación. Ayer llamé para ver cómo estaba mi nene. Tiene seis añitos. El fin de año fue triste, yo estaba acostumbrado a tirar una cañita voladora con él. Extrañé mucho. No es nada lindo estar en la calle, no se lo deseo a nadie. Acá aprendí el valor de tener una casa, un techo, un plato de comida, una cama, un baño y el valor de una familia. -¿Cómo te sentiste en los paradores? -No me gustaron. Cuando fui estaba atrapado en las drogas. Un día me lastimaron en un parador y dije nunca más. Me quisieron quemar con dos termos de agua caliente. Me tiré al piso, agarré un palo y me dieron una puñalada en la espalda. Tengo menos miedo en la calle que en un parador. -¿Cómo pasaste tu último cumpleaños? -Mi último cumpleaños lo pasé acá en el Obelisco. Lo festejé y fue triste, porque un abrazo de tu hijo es importante, siempre lo festejábamos en familia. Siempre había un presente, un abrazo, algún consejo de mi mamá y mi papá que son mi ejemplo de vida. Cuando tuve 14 años los dos cayeron en coma. Mi papá, con cáncer, y ella, porque tuvo un accidente en moto. Los iba a ver al hospital y les decía al oído “No me dejen solo”. Y salieron adelante, me habían escuchado, son mi ejemplo y por eso soy un guerrero. -¿Cuál es tu sueño? -Mi sueño es resencillo, quiero ser feliz, tener lo básico, un pedacito de tierra para sembrar. Soy tan creyente que creo que no tendría que existir el dinero. Cuando era chico mi abuela tenía tambos, plantas de higo, de durazno. No sabía qué era el dinero, solo veía alimentos y no me faltaba nada, por eso acá [en la calle] me falta todo y a la vez nada. -¿Alguna vez te echaron de algún lugar? -Estábamos durmiendo y nos levantaron a los gritos. Nos fuimos a trabajar [a Aeroparque] y cuando volvimos nos habían sacado la ropa que guardamos en un arbusto. Uno se siente mal porque es lo único que tenemos. No somos delincuentes.

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“Mi sueño es resencillo, quiero ser feliz, tener un pedacito de tierra para sembrar”

Cómo ayudar a Ariel Lo pueden contactar a través de la parroquia Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Queda en Montevideo 1372, en Recoleta.

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“A los más jóvenes les hablo y les digo que sí pueden salir de la calle”

Pablo Tevilin tiene 60 años, es de Hurlingham, se quedó en la calle hace 6 meses. Es licenciado en Administración de Empresas y duerme en un cajero en San Isidro, provincia de Buenos Aires.

-¿Por qué estás en la calle? -Soy licenciado en administración de empresas, tengo dos idiomas, trabajé en un banco extranjero que en un momento se fue del país. Después trabajé en una empresa de computación y en una agropexportadora. Con eso me mantenía bien, pero mi madre se enfermó, le agarró un coágulo pulmonar y los remedios eran muy caros. Me dediqué a acompañarla a los médicos, yo ya no trabajaba, pero le pagaba el seguro médico privado, hasta que no lo pude pagar más. En un momento vendí mi casa en Hurlingham y me quedé sin recursos. Alquilé un departamento con mi madre, porque ella tenía su pensión y una jubilación. Cuando ella falleció, quedé… [levanta las manos y hace un gesto con la cara para demostrar que quedó afectado] y se complicó todo. Tengo una pensión no contributiva, no estoy en cero, pero es difícil hacer debe y haber. Hace seis semanas que estoy en la calle porque desdoblaron mi pensión, me lo pagan en dos cuotas, y no me alcanza para alquilar. -¿No volviste a tener un trabajo formal? -Tengo 60 años y es difícil encontrar un trabajo a mi edad. Aunque soy licenciado y mi lengua materna es el inglés. De hecho, no aprendí castellano hasta los seis años. Mis abuelos maternos eran ingleses y mi abuelo paterno, irlandés. He viajado por muchas partes del mundo y viajando se aprende a convivir y puedo hablar con todo tipo de personas: con un lord y con la gente más humilde. Nunca pensé que iba a llegar a estar en la calle y no se lo deseo a nadie. Pero tuve la picardía de hacer viajes a lugares remotos: Egipto, Nepal, India y pasé por situaciones no muy lindas, así que tengo algo de experiencia en esto. -¿Dónde dormiste el primer día y cómo te sentiste? -Fue desagradable, muy desagradable, pero gracias a Dios tuve el apoyo de la gente de la calle. Mi primera experiencia fue en Morón el año pasado. Dentro de su malestar, los chicos me apoyaron. Si estás en un grupo pillo, no tenés miedo, porque uno protege al otro. Es como un clan.

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“Me gustan los libros, la lectura me mantiene la psiquis activa”

-¿Qué aprendiste en la calle? -Soy el más viejo del grupo, así que me hablan mucho, no soy competencia y me alegra porque algo puedo transmitirles. Les digo que pueden salir de la calle. Tienen 19, 20 años. Yo no tengo adicciones, pero sé que es difícil salir de eso porque lo que veo. Les agarra abstinencia. Si van a un refugio para alcohólicos tienen que estar 18 meses y eso lo ven como una cárcel. En los restaurantes hay mucho trabajo para los chicos, más que nada de bacheros. Pero hacen más dinero como trapitos o en los semáforos. En los restaurantes más caros, menos les pagan. -¿Cómo estás de ánimo ahora? -Bien, pero no es fácil. Los Amigos en el Camino van a poner mi CV en un banco de trabajo. Soy una persona normal, que ha caído en desgracia, que ha tenido todo y se encuentra en una situación que no es agradable, pero no es el fin del mundo. -¿Cómo es un día tuyo? -Generalmente duermo en un cajero en San Isidro y me levanto a las 8. De lunes a viernes, hay un comedor abierto en San Fernando. Desayuno ahí. A veces a la tarde voy a un comedor de Barrancas de Belgrano. Entonces, paso la noche por Palermo. Trato de dormir. Busco cartones para que el suelo no se sienta tan frío y tengo unas frazadas que me dio una iglesia anglicana de Martínez. -¿Qué extrañás de una casa? -Estar a resguardo. -¿Fuiste alguna vez a un refugio o parador? -Sí, como tres veces, en Morón. No fue tan fea la experiencia como dicen que es acá, en Capital, donde tenés que dormir con un ojo abierto. Me dijeron que son inseguros y te roban. -¿Cuál es tu sueño? -Conseguir un trabajo estable. Es difícil que me contacten porque no tengo celular.

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”Un trabajo estable me ayudaría mucho a tener un techo y estar mejor”

Cómo ayudar a Pablo Lo pueden contactar a través de Amigos en el Camino, una organización que distribuye comida a personas en situación de calle en CABA. Su sede está en Valentín Gómez 3332 y se los puede ubicar al 15-3910-2998.

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“Mamá, no te hagas problema por mí porque me estoy arreglando bien”

Gonzalo Alegre tiene 23 años, es de Florencio Varela, provincia de Buenos Aires, y hace tres años que está en situación de calle. Duerme en plaza Miserere y a veces alquila una pieza.

-¿Por qué estás en la calle? -Porque la vida fue dura. Estoy en esta situación hace tres años. Mi viejo falleció y la casa está en juicio de sucesión. Cuando termine, voy a poder volver o me van a dar la parte que me toca. Porque tengo a mi hermana, a mi mamá y a mi abuela. Ellas están en Florencio Varela. Con mi mamá estoy peleado. Yo me comporté mal, pero mi mamá también se portó mal conmigo. Y estoy enojado, pero ella dice que conmigo no está enojada. -¿Cómo te sentiste el primer día que dormiste en la calle? -Desde los 12 años vengo a Capital, así que conozco la calle. Trabajaba con el carro, con mi papá, pero a la noche volvía a casa. La primera vez que dormí en la calle acá fue muy chocante. Es diferente dormir en tu casa que dormir en la calle. La primera vez no conocía a nadie y me vine a unos galpones. -¿A qué le tenés miedo en la calle? -El miedo te lo saca la misma calle. Una vez que conocés, vas conociendo a la gente maldita que hay. Acá donde paro no hay gente maldita, no te roban. -¿Cómo estás de ánimo ahora? -Estoy bien. Dejé de consumir hace mucho. Cuando puedo alquilar algo, salgo del consumo. Trato de salir adelante solo. Hace tres días que estoy alquilando. Hoy vine a saludar a los chicos, ellos trabajan también, pero prefieren estar en la calle. Yo pude salir de las drogas, estuve muy metido, pero prefiero gastar mi plata en el alquiler. Hoy voy a dormir en una pieza, mañana vuelvo a la calle, no sé.

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“Este collar lo encontré y es mi amuleto”

-¿Cómo es un día tuyo? -Un día mío es estar desde temprano, todo el día con el carro, juntando cartones. Lo compramos con un amigo. Teníamos otro, pero la gente de Espacio Público se lo llevó, no hay manera de negociar con ellos. Te lo llevan y listo. Te sacan hasta el cartón que juntás y te da bronca porque es el trabajo de todo el día, de caminar y revolver tachos. La poca moneda que hacés, te la sacan. -¿Qué extrañás de cuando vivías en una casa? -Extraño a mi familia. Va a llevar tiempo, pero la voy a recuperar. -¿Fuiste alguna vez a un refugio? -No me gustan, parecen una cárcel. Hay mucha gente. Y tienen muchos berretines, muchas exigencias. -¿Tenés alguna anécdota que te haya hecho feliz? -Algo lindo es que en las últimas fiestas los vecinos nos regalaron comida, nos trajeron pan dulce, mantecol, zapatillas, sidra para brindar. La gente ayuda, pero no toda. Y lo peor que me pasó en la calle es estar en la calle. Sentir el frío. Si conseguís un colchón o cartones para que no pase la humedad, a veces nos lo saca el gobierno. -¿Cómo pasaste tu último cumpleaños? -Fue en septiembre. No lo quiero decir. Pasaron cosas que no esperaba, fueron malas. Igual hace mucho que no festejo un cumpleaños feliz, desde que no está mi papá. -¿Cuál es tu sueño? -Comprarle una casa a mi mamá cuando sea cantante. Hago música y subo los videos en mi canal de YouTube. Yo la hice sufrir mucho a mi mamá y ella me hizo sufrir más, pero es lo que me queda. Yo quiero que ella sea feliz con su pareja y que no se haga problema por mí porque me puedo arreglar solo. Se llama Norma, tengo su nombre tatuado en la frente. El nombre de mi papá, Daniel, en el cuello.

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“Sueño con tener éxito con mi música y regalarle una casa a mi mamá”

Cómo ayudar a Gonzalo Lo pueden contactar a través de Amigos en el Camino, una organización que distribuye comida a personas en situación de calle en CABA. Su sede está en Valentín Gómez 3332 y se los puede ubicar al 15-3910-2998.

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“Mi hermano murió y yo quiero viajar a Marbella para conocer a su hijo”

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Ismael Lucas Ortíz tiene 42 años, es de La Plata y hace cuatro años está en situación de calle. Duerme cerca del shopping Alto Palermo.

-¿Por qué estás en la calle? -Antes ya había vivido en unos galpones abandonados en La Plata. Estuve ahí unos siete años. Hacía mis pinturas y esculturas. Pero estar en La Plata no es lo mismo que estar en la calle en Buenos Aires. Me vine a Capital y paré en parque Las Heras hasta que me dio un pinzamiento en la columna y quedé sin poder levantarme. Me llevaron al posadero del cura Brochero, en Vicente López y conocí a una mujer que me prestó un departamento. Eso fue en 2020. Ahí viví un año, cuando no dejaban salir a nadie. Al año siguiente, un amigo me prestó su departamento y quise viajar a España, pero no me pude subir al avión porque no tenía la vacuna. Desde entonces, estoy en la calle: desde la mitad de 2021. -¿Cómo es un día tuyo? -Me levanto temprano, organizo las pinturas y los libros que vendo en la esquina donde suelo parar y me quedo todo el día pintando. La gente del barrio me dona los libros, los bastidores, los pinceles. Yo en verdad soy cocinero, pero en cocina pagan muy poco. Lo máximo a lo que se puede aspirar es a una piecita en Once o Constitución, rodeado de gente con la que no quiero estar. Prefiero estar más tranquilo acá en Palermo. Acá hay policía de noche, es más tranquilo. -¿Cuál es el mejor momento del día? -Es cuando viene mi amigo Seba o Beto, que es el que me regaló un teléfono. Él tiene 80 años y es un genio. Tengo muchos amigos que tienen sus casas y vienen a charlar conmigo.

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Su objeto más preciado es una flauta que aprendió a tocar solo

-¿Qué extrañás de cuando vivías en una casa? -Extraño cocinar, pero lo que más extraño es darme un baño caliente. Me gustaría tener un lugar donde estar. Se sufre mucho el invierno, aunque con el tiempo te acostumbrás. Las personas que extraño son las que están muertas. Con mi familia no tengo buena relación, pero sí extraño a mi hermano mayor, que murió en 2018 a los 36. Tenía un hijo de cinco años y vivía en España. Fue una de las peores pérdidas porque además era mi amigo. También extraño a mis abuelos, que me criaron. Porque mis viejos laburaban todo el día. -¿Fuiste alguna vez a un parador? -Ir a los paradores es como meterse en el pabellón de una cárcel y encima sin seguridad. Una vez fui y huí espantado. Si adentro no te comportas bien con los pibes, a la salida te cagan a palos y te afanan todo. Los paradores funcionan para ese tipo de gente que está acostumbrada a estar en un pabellón. Yo no me quiero acostumbrar a eso. Cuando fui me bañé, comí, estuve un ratito y me fui. -¿Cuál es tu sueño? -Mi sueño es viajar. Me gustaría ir a conocer a mi sobrino que está en Marbella. Él nunca viajó al país con la mamá. También me gustaría trabajar de pintor en París. -¿Tenés alguna anécdota de la calle? -Un día entré a rezar a la iglesia de Las Heras y estaban dando la misa. Yo no tenía nada para comer y cuando salí me encontré con una estampita del padre Pío y me puse a revisar un tacho de basura buscando comida. Una mujer se acercó y me preguntó si no me molestaba que me diera algo de dinero. Le dije que no y me dio 1.500 pesos, que hace dos años valían mucho. Después, cruzó la calle y se tomó un colectivo. Con ese dinero se podría haber tomado un taxi, pero eligió darme la plata a mí. Vi la estampita del padre Pío y decía: “Sentir la misa como el llanto de Jesús en la cruz”. Era lo que sentí cuando entré a la iglesia y le pedí a Dios algo para comer. No creo que haya casualidad en todo esto, hay una causa y un efecto. -¿Qué se aprende en la calle? -Antes de caer en situación de calle, le pedí a Dios humildad. Si bien estar en la calle es algo difícil, he aprendido a ser agradecido y humilde con la gente. Uno cree que hay más gente mala, pero hay más gente de la buena que quiere ayudar, pero es más silenciosa. Lo malo hace más ruido. -¿Qué pensás cuando se dice que mucha gente está en la calle porque quiere? -No creo que sea así, pero te puedo decir que la mayoría de la gente que está en situación de calle tiene unas historias terribles. La mía al lado de la de ellos es nada. La mía puede ser una elección.

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“Mi hermano murió a los 36, lo extraño mucho, sueño con conocer a su hijo”

Cómo ayudar a Ismael Se lo puede ubicar a través de la organización Lumen Cor a través del mail fundacion@lumencor.org o por Whats App al 11-6538-6539.

Francisco

“No es tarde para volver a empezar y conocer a mis nietos”

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Francisco Vicente Basabe tiene 38 años, es de Mendoza y hace cuatro años está en situación de calle. Es electricista matriculado y duerme en la Costanera.

-¿Por qué estás en la calle? -Soy electricista y tuve un accidente hace cuatro años, cuando me agarró una descarga de 380 voltios. Me quemé la mano izquierda y el pie izquierdo. Me pusieron un injerto de la panza en la palma, me amputaron el pulgar y un dedo del pie izquierdo. También me sacaron el talón de alquiles. Estuve cuatro meses internado y me agarró covid. Mis hermanos me vinieron a visitar. Después no conseguí más trabajo. Estuve cuatro años en la calle, me fui un año al parador Padre Mujica y el año pasado me vine a la Costanera, de vuelta a la calle. -¿Dónde dormiste el primer día? -Dormí en San Justo. Fue la peor noche de mi vida porque uno no conoce a nadie en la calle. El que te dice que no tiene miedo es mentira, es imposible no tener miedo. -¿Tenés familia? -Mis padres se separaron cuando yo tenía cinco años. Con mi madre y mis hermanos nos vinimos de Mendoza a Buenos Aires. Para mi mamá, yo era el hijo pródigo: nunca repetí un año, iba solo al colegio. Hasta que se me murió en los brazos y se me cayó el muro que me sostenía. Hice cosas que no tenía que hacer, por izquierda. Me faltó un año para terminar el secundario completo. Tuve que dejarlo porque iba a ser papá y tenía que trabajar. Ahora tengo siete hijos de diferentes mujeres y el problema es que los perdí por problemas familiares. Nadie entiende lo que te pasa. Te dicen te comprendo, pero nadie sabe qué es el dolor. Hoy en día estoy tratando de sobrevivir y recuperar a mis hijos.

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Francisco no se desprende de su rosario del Cura Brochero

-¿Tenés amigos? -La palabra amigos es muy grande. Para mí no existe. Podemos decir que con las personas con las que paro en la calle somos compañeros de la vida. -¿Cómo es un día tuyo? -Un día mío es estar acá, dormirme tarde porque la cabeza carbura mucho. Se extraña mucho, a la familia, a los hijos. Y pensás: “¿Por qué no hice las cosas de otra manera?”. Uno nunca se imagina que va a terminar así, pero todos tenemos un propósito en esta vida, lo estoy buscando, Dios dirá. -¿Cómo te la rebuscás para vivir? -Cuido coches y cobro la pensión por discapacidad, pero no me alcanza. -¿Qué extrañás de cuando vivías en una casa? -Extraño la vida que tenía antes de que se fuera mi mamá. Eso extraño. Era una vida perfecta, como debió haber sido: terminar el colegio, hacer la producción que yo quería hacer, tener una familia y ser feliz. -¿Fuiste alguna vez a un refugio? -Cada tanto voy. -¿Cuál es tu sueño? -Mi sueño es poder salir de la calle y lo que no pude hacer con mis hijos, hacerlo con mis nietos. Me ayudarían sacándome de la calle, con un trabajo. Sé albañilería, electricidad. Me crié en la obra, después me torcí, pero no es tarde para volver a empezar. -¿Qué es lo más lo más feo y lo más lindo que te pasó en la calle? -Lo más feo es que te echen, que te humillen y te miren de arriba abajo. Les decís hola y no te saludan, porque los que estamos en la calle estamos todos mal mirados, pero no somos todos iguales. Y duele más que en un país tan generoso no haya trabajo. Lo más lindo es cuando Amigos en el Camino viene a darnos de comer.

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“No estuve para mis hijos, así que me gustaría estar bien para mis nietos”

Cómo ayudar a Francisco Lo pueden contactar a través de Amigos en el Camino, una organización que distribuye comida a personas en situación de calle en CABA. Su sede está en Valentín Gómez 3332 y se los puede ubicar al 15-3910-2998.

pedro

“Deseo que los niños no tengan nunca que salir a manguear”

Pedro Alberto Vivas tiene 40 años y es de Temperley, provincia de Buenos Aires. Está en situación de calle hace varios años y para en la zona de Palermo

-¿Por qué estás en la calle? -A los 14 me quedé sin papá y sin mamá y tuve que criar a mis cuatro hermanos. Quedé a cargo de mi abuela y empecé a estar en la calle. Me embarqué en los trenes para vender diarios a voluntad y abrir la puerta de los taxis. Hace poco, yo estaba en situación de calle con un amigo y una señora nos regaló 56 mil pesos y un celular. Nos fuimos a Tigre y alquilamos por 25 lucas la pieza. Conseguí laburo en una parrilla y de ahí pasé a una cafetería. Y después a una carnicería. Me hubiera quedado en la cafetería porque la carnicería quebró. Era un Anggus Market, una cadena de carnicerías de primer nivel. La persona que había comprado el fondo de comercio quebró y me quedé en la calle de nuevo. -¿Te acordás cómo pasaste la primera noche? -Tengo 40 y hace 26 años que empecé a estar en la calle. En la calle hay buenas juntas y malas juntas. Todos cometemos errores. No somos todos santos. -¿Cómo es un día tuyo? -Me levanto a las 7 y me voy a Once a desayunar. Y tomo una ducha en el hogar San José. Voy a Esclavas del Sagrado Corazón a comer y me pongo a juntar cosas para vender. A veces, me compro alguna ropa o como algo piola. Hace poco me compre un celular y me lo robaron. Cada 20 días, le hago mantenimiento de plantas a una señora en su departamento. También hago feria en Chacarita: vendo ropa, zapatillas, cosas que encuentro en los tachos. Un día me encontré tres plasmas, una planchita de pelo y todo funcionando. Si vieras las cosas que tira la gente de plata. Una tele se la regalé a mi hija. En un día superbueno, hago 30 o 40 lucas. Pero lo que quiero es que me den trabajo. Yo trabajo de cualquier cosa. Trabajé en una verdulería desde los 11. No quiero que me regalen nada, no me den ningún subsidio. Quiero trabajar.

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Pedro dice que en sus bolsas tiene todo lo importante para él

-¿Qué extrañás de cuando vivías en una casa? -Estar en una casa. -¿Fuiste alguna vez a un parador? -No me gusta ir porque son para gente maldita que te roba. -¿Cómo pasaste tu último cumpleaños? -Lo festejé el 8 de marzo, fue en la calle. A los tres días vino a Retiro mi hija a visitarme, con mi nieto. Tengo un hijo también, está hecho un tiro al aire, tiene novia y le gusta jugar al fútbol. Ellos viven en Temperley, tienen trabajo y su casa. -¿Cuál es tu sueño? -Mi sueño es que se acabe la pobreza y que no haya tantos chicos en la calle. Me dan pena cuando veo en el subte a las madres con su bebé y los nenes. Ese sería mi sueño, que los chicos no anden mangueando, que tengan una infancia linda, que puedan ir a la escuela, que los lleven a la plaza. Te miran con esos ojos tristes y te parte el alma. Yo ayudo a la gente en la calle, no a los vagos. A una señora con una criatura, le doy comida. Algunos dicen: “Quién la mandó a abrir las piernas”. ¡Corta la bocha! No hables si le vas a tirar tierra. Si alguien está mal, hay que ayudar.

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“Los nenes no tendrían que estar pidiendo en la calle, merecen una infancia linda”

Cómo ayudar a Pedro Lo pueden contactar a través de Amigos en el Camino, una organización que distribuye comida a personas en situación de calle en CABA. Su sede está en Valentín Gómez 3332 y se los puede ubicar al 15-3910-2998.

Quiénes hicieron la fotografía de esta nota

“Fuerza muchacho, que todo se puede”, le dijo Guillermo Galinetti, a Ariel, luego de darle un apretón de manos y sacarle fotos con un cielo azul enorme de fondo y la avenida 9 de Julio a un costado. Guillermo, que tiene 62 años y se mueve en una silla de ruedas, es porteño, estudió cine y trabajó en producción de televisión y como acompañante terapéutico. En un momento de su vida se encontró sin trabajo y separado de su pareja. Todo eso afectó mucho su salud, ya que es diabético. Luego, en un accidente doméstico se lastimó la pierna, la herida no cicatrizó y debieron amputarla. Cuando ya nada podía ser peor, perdió su casa y se fue a vivir a un hogar de Cáritas para personas en situación de calle. Oscar Bagnoud tiene 58 años y escucha atento a Cecilia. Ella habla de su adicción, de que todos los días tiene que elegir estar bien. Él asiente. En un momento el perro de la joven se zafa de su dueña y corre por la plaza. Cecilia lo llama preocupada. Oscar lo corre y lo alcanza. “Es su sostén”, comenta por lo bajo y les saca una foto. Oscar sabe de lo que habla Cecilia. Él tuvo casa, tuvo a su familia y lo perdió todo por su adicción al alcohol. Estuvo en situación de calle desde 2015 a 2020, hasta que se propuso “rescatarse” y se dejó ayudar por un hogar cristiano. Henry Alvarado, de 49 años, le dice que no se pare, que así está bien. Se arrodilla y le saca una foto al rostro adusto de Fabián, el hombre sentado en una esquina oscura. Un voluntario de una organización que reparte comida entre gente en situación de calle le pregunta a Henry si necesita ropa. “Prefiero que se la den a él. Yo tengo ahora, tengo techo y pocas cosas, pero ellos nada”, contesta amable antes de cerrar la jornada de entrevistas e ir a dormir al hogar de San Telmo en el que vive hace unos años. Él no quiere contar su historia, dice que no es necesario. “Yo solo amo sacar fotos, puedo estar todo el día. Esto llena mis días de vida”, sonríe. Henry, Guillermo y Oscar son los encargados de hacer la producción fotográfica de esta nota. Los tres se conocieron en los talleres de fotografía de Proyecto Calle, una iniciativa del arquitecto Jorge Mazzinghi, a quien en 2007 se le ocurrió darle cámaras descartables a personas en situación de calle para que sacaran fotos sobre cómo ellos habitaban la ciudad. “En ese proceso descubrí personas con una gran sensibilidad, muchas muy inteligentes y con capacidades increíbles con una visión única de la ciudad, y que solo necesitaban un engranaje para salir adelante”, dice Jorge.

Con el tiempo las cámaras se reemplazaron por celulares y el proyecto derivó en talleres de fotografía que dicta el fotógrafo Daniel Harper a esas personas sin techo. Cada imagen que toman -la calle Corrientes que se abre hacia el Obelisco en penumbras, una rayuela dibujada en la vereda, un cielo rojizo de atardecer en un barrio cualquiera- se compila en libros. Ya publicaron tres y se venden en librerías especializadas de la ciudad, en el Museo Malba y en Proa. Todo lo que se recauda va a las personas que intervienen en el proceso. “Mi objetivo es lograr un proyecto a microescala para las personas que están a punto de reinsertarse en la sociedad, para que a través de la fotografía ganen autoestima y tengan un propósito en sus vidas”, cuenta Jorge. Con experiencia ganada, Oscar, Guillermo y Henry asisten a Harper en los talleres y ayudan al boca a boca del proyecto. Sus trabajos y los de sus compañeros son parte de muestras fotográficas, como la que se presentará próximamente, en Buenos Aires Foto. Sienten que alcanzaron el sueño de tener un propósito, de ser parte de algo.

Fuente: Diario La Nación